LA SOLEDAD DE VENEZUELA
Para: Artishock
Link original: https://artishockrevista.com/2024/08/22/la-soledad-de-venezuela/
El espurio Tribunal Supremo de Venezuela, cuestionado por las Naciones Unidas como institución sectaria y comprometida hasta los tuétanos de lo innombrable con la dictadura de Nicolás Maduro ha cometido, en plena flagrancia, un golpe de Estado. Encabezado por mediocres juristas, militantes del partido de gobierno, a la manera de los tribunales de los dictadores Stroesner y Somoza en otros tiempos, ha emitido una sentencia ilegal, violatoria de las leyes de la república que rigen el poder electoral, y sin aporte de pruebas, consolidando con ello el crimen, o el golpe, de Estado. Si algo, lo único que esta sentencia consagra es al dictador de Venezuela, a su lóbrega actualidad.
Pero la soledad de Venezuela es también hoy otra, más injusta sentencia que los venezolanos no sabemos cómo ni por qué padecer. Venezuela fue un faro democrático de América. Venezuela fue la cuna de Francisco de Miranda y Andrés Bello, de José María Vargas, Fermín Toro y Rómulo Betancourt. Venezuela fue el crisol de la independencia de la América hispana, el grito prócer contra el imperialismo europeo en el nuevo mundo. Venezuela fue el refugio de muchos de los que hoy callan.
La dictadura venezolana, a la vez obvia para quien tenga un mínimo de honestidad intelectual o un intersticio de compás moral, es una amenaza para el futuro de la democracia en el continente, un cisne negro, un canto de Casandra para el destino incierto de las sociedades abiertas en el mundo. Oscuramente pionera en la instauración de los nuevos populismos pseudodemocráticos que hoy carcomen el presente -de Putin a Trump y Orbán-, esa dictadura ya desnuda ante todos es la sombría advertencia de lo que puede suceder en el mundo democrático si los liderazgos inmediatistas que nos gobiernan persisten en su lógica de Múnich, en su culto de la dilación, en su muda aquiescencia de lo peor.
Lo único que ha sido sancionado por el Tribunal Supremo de Venezuela es el fin de la república. La única verdad que esa sentencia comporta es que el país es hoy gobernado por una dictadura crasa, cruenta, desvergonzada. Tal crimen es enorme. Quizás no se compara en dolor inmediato con las muertes y las torturas, las corrupciones y las violencias cuyos más que probables indicios han conducido a las Naciones Unidas, la OEA y la Corte Penal internacional a señalar, en repetidos como inútiles reportes, la presunta culpabilidad del gobierno de Venezuela.
El crimen de Estado que el Tribunal Supremo acaba de cometer debería ser denunciado unánimemente por el mundo democrático, cualquiera sea su signo político. No tenemos, sin embargo, los venezolanos de esta hora ninguna esperanza cierta de que esa denuncia cobre fuerza. Poco cuenta Venezuela en el mundo, más allá de sus 28 millones de seres humanos, esparcidos fuera de sus fronteras o secuestrados en ellas.
Distraídos por sus urgencias, sus guerras, sus independentismos, sus yates millonarios hundidos, sus convenciones partidistas, sus olimpíadas, los líderes que se autoproclaman del mundo libre nos hacen pequeños gestos, cuando no nos ignoran. Pero así se fraguan las grandes catástrofes, desde virales crímenes silenciados. Las primeras reservas de petróleo del mundo, la tercera reserva de oro del planeta están, por efecto de una sentencia espuria, condenadas a la economía ilegal, al uso indiscriminado de una secta dictatorial.
Pero un día tendrá que haber justicia. Un día los criminales vestidos de sus funerales togas negras, sus agentes uniformados, sus sicarios a sueldo, sus mediocres juristas, sus cómplices económicos deberán ser sometidos ante verdaderos jueces, y condenados por sus delitos. Ellos cuentan hoy, para sobrevivir, sólo con el reservorio de la violencia y con el silencio de quienes los toleran. Pero somos varias generaciones de venezolanos quienes no cejaremos, nosotros o los que nos sucedan, en el empeño por que un día la justicia caiga en ellos como un rayo cegador. Mientras tanto la soledad de Venezuela parece retumbar en el quejido desgarrador de los días más oscuros de la historia.
Para: Artishock
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