Relato CICLO III: Nuevos rumbos: de la bienal a la feria, curaduría y mercado
La pregunta inicial que se planteaba
en este foro era la posibilidad de “nuevos acercamientos a la curadoría
basados en el cambio de paradigma por el que comisarios independientes
y conservadores de museos se convierten en directores de escuela de
arte o trabajan en instituciones académicas norteamericanas. En este
contexto algunas de las prácticas curatoriales recientes asumen modelos
basados en la pedagogía”.
La intervención de Tim Rollins se centró
en su experiencia junto con K.O.S. (Kids of Survival). En 1980, y con
la intención de alejarse de la pintura expresionista que prevalecía
en las galerías comerciales, alquilaron un local en el East Village
de Nueva York y empezaron a trabajar en actividades orientadas a la
comunidad. La puesta en marcha de acciones culturales destinadas a la
libertad estaban influenciadas por la obra de Paulo Freire. Este proyecto
se formuló a partir de la idea de un equipo curatorial colectivo que
hacía diversos tipos de exposiciones con el objetivo de explorar temas
sociales como el consumo, la alienación o el racismo. Para el grupo
el arte era importante como forma de conocimiento personal y social.
Posteriormente el Whitney Museum les propuso participar en su Bienal.
Las discusiones que el grupo se planteó en ese momento tuvieron que
ver con el riesgo de apropiación de sus prácticas artísticas, de
sesgo claramente social, por parte del sistema. A pesar del riesgo decidieron
adoptar una estrategia de “caballo de Troya” con el fin de llegar
al público más amplio posible. El grupo es consciente de que participar
en una bienal o en una feria puede suponer el vaciamiento de sentido
de la obra al subsumirse ésta en un escenario espectacular. Tim Rollins
defendió la idea de que no hay que fetichizar la marginación, sino
alimentar los márgenes, expandir el centro para incorporar el mayor
número de gente posible al proceso democrático. Por ello la posibilidad
de financiación para sus proyectos de agencia social a través de encargos
institucionales se ofrece como una oportunidad fantástica.
Ute Meta Bauer defendió las instituciones
académicas como un refugio posible ante la expansión imparable del
mercado. A pesar de que universidades y escuelas de arte no están fuera
del sistema y también se encuentran sometidas a las presiones de intereses
no académicos, todavía pueden operar como un lugar desde donde practicar
la crítica. Para Bauer el arte en la actualidad forma parte de la industria
cultural y cumple un papel estratégico en la nueva economía mundial
y en el nuevo mapa de poder neo-imperialista. La creciente objetualización
de las obras de arte tiene su correlato en la expansión de las subastas
de arte contemporáneo, donde lo importante no es la calidad, sino el
valor económico. Asimismo, grandes exposiciones como las bienales en
vez de cuestionar el sistema, frecuentemente son aliadas del mercado.
Los comisarios, tanto los independientes como los de museos, están
sometidos a presiones de la economía (que busca rentabilidad a través
de las obras de arte) y de la política (que está interesada en instrumentalizar
el arte en su beneficio). Quizá por ello muchos de ellos han buscado
en los ámbitos académicos un lugar de amparo para investigar otras
formas desde las que abordar el hecho artístico.
Raphaela Platow ofreció su experiencia
en el Contemporary Arts Centre de Cincinnati como ejemplo práctico
en el que colaboran distintos agentes. Platow basa su política de exposiciones,
no en la realización de muestras temáticas, sino en el desarrollo
de proyectos con artistas, como forma de trabajar por y desde el proceso
creativo. Dado que Cincinnati no es uno de los centros del arte contemporáneo,
su objetivo es llevar conocimiento desde otras partes del mundo al museo.
Para ello invita a comisarios y artistas con el fin de intercambiar
ideas, valores y otras perspectivas sobre el hecho cultural. Paralelamente
trabaja con gente de su propia comunidad. Su política de colección
para el museo se basa en la adquisición a partir de los proyectos que
los artistas realizan en el museo, haciendo posible ligar la colección
a la historia del lugar. Otra de sus iniciativas es producir los catálogos
de las exposiciones después de que éstas hayan tenido lugar, como
forma de incorporar la experiencia y el conocimiento adquiridos en la
publicación. Todo ello hace que su papel esté muy enfocado a la colaboración
entre distintos agentes desde las instituciones académicas a las artísticas
y extra-artísticas, y desde distintas procedencias.
Laura Hoptman partió para su exposición
del título de la muestra de Harald Szeemann, When Attitudes become
Form (Cuando las actitudes devienen forma), como forma de explicar
no sólo el hecho artístico, sino la propia práctica curatorial. Otra
fórmula que Hoptman utilizó para definir una exposición es la de
“un concepto traducido en un precepto”. Con esto Hoptman se refiere
a la idea de que, para que tenga sentido, siempre tiene que existir
una razón para hacer una exposición. Para ella no es cierto que únicamente
exista un movimiento de la curadoría hacia las instituciones académicas,
porque existen ejemplos alternativos del movimiento contrario. Lo significativo
–y preocupante- es más bien el proceso de profesionalización de
curadores y artistas. Esta “disciplinarización” tiene que ver con
los actuales estudios curatoriales, más enfocados al aprendizaje de
técnicas que ayudan a conceptualizar una exposicion que a fomentar
en los estudiantes la necesidad de tener algo que decir (“la razón
para hacer la muestra). Por otro lado Hoptman mostró su preocupación
por los cursos curatoriales, como el organizado por la casa de subastas
Christie’s, donde los objetivos académicos y comerciales parecen
estar estrechamente ligados. Otro aspecto negativo de la profesionalización
puede observarse en los curadores internacionales que actúan de modo
invasivo en el tejido civil, sin buscar vinculación con los lugares
donde las exposiciones tienen lugar.
Christian Rattemeyer cerraba la mesa
proponiendo su experiencia profesional, que le llevó de la curadoría
de un espacio alternativo en Nueva York a ser conservador de dibujo
en el MoMA. Para Rattemeyer el museo ofrecía un reto diferente en la
forma de apoyar a los artistas contemporáneos a través de su exposición
y de la adquisición de obras. Para él este cambio suponía “situar
las prácticas emergentes en una genealogía artística” en vez de
“pensar históricamente sobre el presente”. Su nuevo papel le permite
el cuestionamiento y la intervención sobre los cánones aceptados y
la posibilidad de inaugurar nuevas narrativas.
En el turno de preguntas uno de los temas
recurrentes fue la posición ética que los curadores deben asumir en
estos momentos, donde los intereses económicos, políticos y personales
parecen ejercer una fuerte presión. Es indudable que los curadores
detentan en la actualidad una posición de poder que les sitúa como
agentes importantes en el contexto de una economía globalizada, en
la que el arte circula bajo unas coordenadas específicas que tienden
a su mercantilización e instrumentalización. Las respuestas se refirieron
en la mayoría de los casos a la defensa de una práctica cuya valoración
puede medirse por sus actitudes, tanto como por sus resultados. Otro
de los temas de debate fue la “academización” de la profesión
de curador. En la mayoría de los casos se alertó sobre el riesgo de
que la educación estandarizada diera como resultado “curadores precocinados”,
formados a partir de un “recetario” de técnicas y con un entendimiento
exclusivamente formal de sus funciones. Todos estuvieron de acuerdo
en que un curador/a sólo puede formarse en y desde la práctica, atendiendo
problemas específicos ligados con el lugar y el contexto, y tratando
de promover lecturas complejas. En relación a los conservadores de
museos se destacó la importancia de los mismos a la hora de trabajar
en el largo plazo con vistas a la formación de una colección. También
se argumentó a favor de curadores especializados que atendieran tipos
de prácticas, como la performance o las instalaciones, cuya colección
lleva a modos diferentes de concebir un museo e incluso a otras preguntas
sobre el hecho artístico.
En resumen la mesa de debate proponía,
a través de ejemplos diferentes de acercamiento a la práctica curatorial,
una reevaluación de las posibilidades y límites de ésta en el contexto
actual. Aunque el tema de partida era la “huida” de curadores hacia
la universidad o instituciones académicas, como refugio en una época
de presiones instrumentalizadoras, sólo Ute Meta Bauer, que constituye
un ejemplo del cambio de paradigma, sirvió de portavoz para esta posición.
Tal y como Laura Hoptman sugirió existen ejemplos de cambios en la
dirección contraria. En este sentido, como se establecía en el planteamiento
inicial y para completar la relación entre prácticas curatoriales
y educativas, hubiera sido interesante traer algún ejemplo de modelos
de curadoría basados en la pedagogía.
Dado que la mayoría de los ponentes
eran curadores o artistas-curadores, el problema de fondo era más bien
la posibilidad de actuar de una forma crítica y consciente desde dentro
de las instituciones, algo que todos ellos tenían en común. En el
contexto del llamado “nuevo institucionalismo”, y conscientes de
que no hay un “afuera” del sistema, la posición crítica debe partir
desde la propia concepción que cada uno pueda tener de la institución
y de sus capacidades transformadoras, no sólo hacia el exterior, sino
a la hora de reiventarse a sí misma y de ser capaz de convertirse en
un ente negociador. Para ello es importante ser conscientes de que no
hay recetas mágicas, sino que el trabajo debe hacerse desde cada institución,
teniendo en cuenta los actores sociales y agentes, distintos en cada
caso.
Quizá porque, excepto en el caso de
Bauer, la mayoría de los ponentes procedieran no tanto del mundo de
las bienales o el mercado, sino de la práctica artística o del mundo
institucional, la visión sobre las presiones que aquéllos ejercen
sobre los comisarios independientes parecía menos relevante, a pesar
de que, en el caso de los museos americanos, el peso de los trustees,
determina en buena parte la marcha de la institución. En todo caso,
el proceso de academización, al menos el de la profesión de curador,
aunque necesario, provoca algunas suspicacias. Pareciera como si las
instituciones académicas fueran, al mismo tiempo y paradójicamente,
un refugio para comisarios deseosos de ejercer la crítica de forma
sosegada y meditada (como en los casos paradigmáticos de Okui Enwezor
o Robert Storr), y un vivero de futuros comisarios dispuestos a dejarse
deglutir rápidamente por el sistema. Lo que sí parece cierto es que
la práctica curatorial ha llegado a un punto de maduración que le
permite ser reflexiva y crítica consigo misma, y con los formatos que
hasta el momento ha dado lugar. En este sentido el que la moderación
de la mesa estuviera en manos de Ivo Mesquita parece un punto de referencia
inevitable, considerando su propuesta curatorial para la próxima bienal
de Sao Paulo. La crisis producida por el agotamiento y posible debilitamiento
crítico puede leerse, sin embargo, como un buen momento para la búsqueda
de alternativas. Los puntos de ruptura ofrecen siempre una posibilidad
de transformación.